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  • Foto del escritorAna de Andrés

A BELEZA


Recién llegada de Ginebra.  Deseando que a pesar de los desafíos que imponen los tiempos hayáis tenido grandes veranos y suaves retornos.  Echándoos de menos.   Casi lista para un otoño que empieza muy pronto y que nos exige ser valientes y comprometernos cada uno desde nuestra atalaya - y saliendo por tanto al menos por momentos de la trinchera - a ser parte de la solución y no del problema.

Cada vez más poderosamente consciente de las ramificaciones de la “anarquía internacional sistémica” (tomo prestada esta expresión de los expertos) y de que la ausencia de gobernanza, el menoscabo de las fuerzas “pacíficas” y una especie de alergia al diálogo generativo tiñen nuestras instituciones y espacios de debate también a nivel nacional y local, y afectan a nuestras organizaciones, nuestros equipos… y hasta a nuestras familias.  Y me consuelo pensando que este fenómeno tendría una polaridad positiva si verdaderamente proviniera de un ascenso real y de la mayoría en la pirámide de Maslow, de la afirmación de las individualidades y la celebración de las diferencias, del derrumbe de ciertas barreras jerárquicas, el cuestionamiento de algunas élites y una mirada crítica hacia ciertas normas… pero a veces no estoy tan segura de que provenga de ahí.  

Y sin embargo, o precisamente por esto, creo que la única posición posible es el optimismo, la esperanza y el compromiso con nuestra “misión” …  por pequeña que sea.  En mi caso, cada vez más comprometida con mi papel de “agitadora” (:) … por muy micro y sutil que sea el impacto de lo que hago en estos tiempos que hacen tan difícil lo macro.   Tratando de hacer “mi parte”, afianzándome en mis pocas certezas e intentado rodearme de personas que me hagan pensar que si se puede… y que hayan entendido que hacer cada uno nuestra parte es fundamental en estos tiempos y casi la única estrategia posible -estaréis de acuerdo en que no podemos caer en el cinismo:)- para mantener la esperanza y la serenidad. 

Enormemente consciente al mismo tiempo, por lo que estoy viviendo y por lo que veo alrededor, de la importancia de la autocompasión.  De su papel fundamental - hablo de autocompasión de la “buena”, en las antípodas de la autocomplacencia- en una vida con propósito, significativa y de empeño en una causa más allá de nosotros mismos.  Y de descubrir lo antes posible -sirven también los descubrimientos tardíos:)- que no tenemos dos vidas que se pueden “conciliar”.  Porque en realidad tenemos una sola vida en la que defender nuestras causas, fabricando la energía necesaria, aprendiendo a levantar barreras cuando la ocasión lo requiera y diciendo que no a los demás para poder decirnos que si a nosotros mismos.  Y que de esta habilidad depende no solo el poder llevar a cabo nuestros propósitos de vida sin morir en el intento sino sobre todo el poder ayudar a otros a hacer lo mismo. 

En un alarde de autocompasión y guiada por la necesidad de inspiración y energía para contrarrestar el “ruido” y seguir adelante con mis causas, la semana pasada fui a visitar el CERN de la mano de una embajadora de lujo, Mar Capeáns. Física e investigadora, científica brillante y una gran mujer, Mar reúne una mezcla poco habitual de ingredientes que incluyen además de una mente lúcida grandes dosis de humildad, generosidad y sentido del humor.  Aunque seguramente todos sabéis lo que es CERN, nos recuerdo por si acaso que es la Organización Europea para la Investigación Nuclear, con más de 22 estados miembros, formada por un conjunto de científicos luminosos de múltiples nacionalidades que operan el laboratorio de física de partículas más importante del mundo.   

La visita al CERN me sirvió para recordar dos cosas fundamentales: la primera es que para emprender cualquier camino que se precie sin zozobrar constantemente tenemos que rodearnos de personas mejores que nosotros tanto desde el punto de vista humano como intelectual, y la segunda es que cualquier vida poderosa debe contener instantes en los que la belleza nos lleve a emocionarnos hasta lo más profundo, como me ocurre normalmente cuando la naturaleza me deja sin habla y como me ocurrió visitando el experimento ATLAS.  

Sirva este testimonio como agradecimiento hacia Mar y hacia las personas que buscaron el tiempo y la energía para recibirme y acompañarme en la visita (Pascal Goy, Martin Jaekel, Pablo Tello, Maite Barroso y Rosario Príncipe) y tuvieron la paciencia infinita para explicarme lo que hacen con tremenda pasión, compartiendo conmigo esa belleza y su propia emoción sin importarles mi absoluto desconocimiento de las fórmulas matemáticas que la explican. 

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