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  • Foto del escritorAna de Andrés

LA MÁQUINA DEL RECONOCIMIENTO



Vuelvo de pasar una semana con un equipo de directivos de la ONU, un grupo de personas con una marcada vocación… de aquellos que quieren “cambiar el mundo”.  Y sin embargo ha sido una semana compleja y por momentos he tenido la sensación de que algunos tenían tanta necesidad de reconocimiento que se les había olvidado por qué estaban ahí. Entiendo, es la naturaleza humana, que la vocación de tener un impacto vaya unida a la esperanza –no siempre confesada pero no por ello menos presente- de encontrar como respuesta a ese impacto un cierto espacio de reconocimiento. Y sin embargo, la sabiduría, he descubierto o a estas alturas desde mi propia experiencia y especialmente desde la de las personas con las que trabajo en muy diversas instituciones, consiste en encontrar ese reconocimiento sin pedirlo ni buscarlo… hasta que llega el momento en que deje de hacernos falta, y tengamos suficiente con la plenitud que da el servicio y con el reconocimiento que nosotros mismos seamos capaces de “impartirnos”.  Y tal vez para ahorrarnos a todos un poco del sufrimiento que he visto en esa sala, me atrevo a compartir con vosotros algunas intuiciones por si pueden seros útiles:

  1. El reconocimiento, como la caridad, empieza por uno mismo.  No tiene este auto-reconocimiento al que os invito nada que ver con la arrogancia, tan extendida en estos tiempos que vivimos.  Tiene que ver con valorarse a uno mismo en la justa medida y con establecer una relación sana -y ojalá regada de buenas dosis de perspectiva y sentido del humor- con lo que uno es, y con lo que no es, con nuestras luces y con nuestras sombras.  Y parecería que merece la pena analizar esto con calma, pues la relación con nosotros mismos es, si hacemos caso a los grandes maestros de lo sutil, la más importante de nuestras vidas, y seguro la más duradera. Cuando alguien me llega agotado, enfadado, resentido, y buscando soluciones que parten de lo que tiene que cambiar fuera y de lo que otros tienen que hacer diferente, la respuesta es volver siempre a uno mismo y empezar por el principio.  Cuando hago coaching, a este empezar por el principio yo le llamo “Plan de Cuidado de Uno Mismo”.  Estos Planes suelen resolver en mi experiencia gran parte de los problemas, porque a menudo tienen la virtud de “disolverlos”, pero sobre todo la de iniciar un cambio interno y preparar las bases de un camino más liviano.

  2. El reconocimiento solo es reconocimiento cuando se hace desde la autenticidad, y requiere desarrollar un estilo propio y encontrar la forma, los gestos y las palabras apropiadas para el que reconoce, pero especialmente para su destinatario.  Cuando trabajo con grupos a veces cuento la historia de un socio de una empresa multinacional de consultoría con el que en algún momento trabajé. En una de nuestras reuniones,  una de sus subordinadas me abordó en el pasillo y me pidió por favor que “dejáramos de hacerle a su jefe lo que le estuviéramos haciendo”.  Ante mi perplejidad, me contó que “ahora siempre que hablamos me pregunta cómo estoy y cómo está mi familia, pero yo sé que en realidad solo le importan sus objetivos y no le preocupa nada de lo que nos pase”.  La autenticidad está relacionada con el valor que le damos al otro de ser un otro legítimo, fundamental y distinto a nosotros y también con el valor que nos damos a nosotros mismos.  Mi experiencia y las de muchas de las personas con las que trabajo,  me permiten afirmar que la cultura pesa mucho y que cómo se ha vivido el reconocimiento en la familia es fundamental para determinar nuestros patrones, que repetimos a menudo sin darnos cuenta.  Desde ahí, a los que tenemos padres y referentes clave poco “reconocedores” (como en general lo son, por poner un ejemplo de aquí, aquéllos a los que les tocó vivir la posguerra) se nos presenta un largo y complejo camino para primero decidir que el reconocimiento es algo que nos merece la pena explorar –lo cual no es nada baladí- y solo después empezar a practicarlo con calma y compasión hacia nosotros mismos, hasta encontrar un estilo propio, que debe ser al mismo tiempo natural y significativo y que requiere desarrollar un código y un lenguaje apropiados para cada momento y para cada persona.  Porque al final, lo más importante, aunque parezca una perogrullada, es que llegue al “otro” y que sea lo que ese “otro” necesita, porque si no es así, no es reconocimiento. Dejadme añadir como aspecto a ponderar que a veces el silencio es el mejor reconocimiento, y que en mi experiencia si de verdad queremos que ese “otro” reciba el reconocimiento con toda su fuerza, es fundamental separarlo en el tiempo de cualquier petición que queramos hacerle, al menos mientras estamos en la etapa de “prueba y error” de nuestra evolución como “expertos reconocedores”.

  3. Reconocer es cuidar pero también poner límites, o, como una vez me dijo una mujer poderosa que asistió a uno de nuestros programas, el reconocimiento “del bueno” es por definición una sabia mezcla de “amor y caña”.  Con mis alumnos más jóvenes me encuentro a menudo en la tesitura de partir de “baños” de reconocimiento indiscriminado por parte de sus referentes próximos y de posturas de refuerzo de su libertad y de cualquier habilidad o rasgo positivo, por pequeño que sea.  Estos “baños” les dejan desarmados cuando salen al cruel mundo donde las personas con las que establecen relaciones esperan a que les aporten un valor concreto y donde el “amor incondicional” no existe. En estos casos a menudo la fórmula del reconocimiento tiene más aspecto de “caña” que de “amor”, pero solo porque si no logran primero “ubicarse”, como dirían mis amigos chilenos, a menudo tienen dificultades para descubrir su propio rumbo y definir cómo quieren navegar sin excesivos naufragios en ese mundo que en realidad si es bastante cruel.  En estos casos he entendido que lo importante es la intención, con la que todo el mundo es capaz de conectar desde lo profundo, y la impecabilidad en las formas, así que la fórmula vendría a ser algo así como dar caña con mucho amor.

  4. El reconocimiento influye poderosamente en el otro, en su visión de si mismo y en su acción.  El reconocimiento “del bueno” es tan poderoso que tiene la potencialidad de cambiar al otro y desde luego de cambiarnos a nosotros mismo, de cambiar la lente a través de la cual miramos el mundo y por tanto de cambiar nuestra “realidad”, y solo por eso ya merecería la pena que lo investiguemos y lo practiquemos con liberalidad.  Permitidme concluir pidiéndoos que, hasta que por fin alguien invente la máquina del reconocimiento, cada uno desde vuestro lugar y en vuestras organizaciones contribuyáis a formar seres libres, que dependan lo mínimo posible del reconocimiento ajeno (empezando por el de su jefe, incluso si ese jefe sois vosotros) y que no necesiten tomar decisiones estúpidas que pongan en peligro a su familia, sus amigos, su entorno… y más tarde a sus equipos, organizaciones, comunidades o incluso a sus países, en búsqueda de un reconocimiento que no logran encontrar dentro de sí mismos.


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